La poesía no sólo quiere mostrar un mundo de inexplicable indefinición que nos sumerja en la desolación de nuestros sentidos; quiere acercarnos a ese tránsito esencial donde la palabra del poeta recupera la intuición de un mundo del que el lenguaje nos ha apartado. Y sólo desde ese instante iluminador que retiene al poeta en un mundo de insólitas dependencias podemos afirmar que las imágenes que nos ofrece con sus poemas trascienden los más sorprendentes sentidos; el universo entero es captado por el poeta en un esfuerzo por rememorar su primigenia constitución que emerge desconcertada desvelando la inmensidad de un mundo de semejanzas desconocidas. (no la tenian esa, eh ??)
La imagen poética nos da acceso a una realidad escindida de lo “irreal”, a un territorio hasta ahora velado a los sentidos del hombre que permanecen ocultos por el constante desafío a los que están sometidos; que trasciende los límites desmedidos de la realidad rebasando normas y convenciones lingüísticas en un esfuerzo por desvelar un lugar originario donde los “ecos del pasado” y las “primitivas palabras” encuentran un nuevo sentir que vaga en la infinitud del nuevo mundo. El poeta redescubre el mundo con la palabra y ya no puede observarlo con las mismas particularidades que el lenguaje cotidiano le ofrecía. Pero es en esa relación de dependencia con el lenguaje donde el poeta, en el acontecer de sus imágenes, imprime nuevas inquietudes y diversos referentes que le sitúan en el origen mismo del lenguaje; en un orden de libertad lingüística que le capta por entero y pone al lenguaje en un estado de emergencia que desborda todos sus sentidos. El poeta, en el acontecer de sus imágenes, imprime nuevas inquietudes y diversos referentes que le sitúan en el origen mismo del lenguaje; en un orden de libertad lingüística que le capta por entero y pone al lenguaje en un estado de emergencia que desborda todos sus sentidos. En la simplicidad con la que se muestra la imagen poética resuenan voces que quieren mostrar un universo de absoluta indefinición que el poeta intuye, que no sabe cómo emergen en su pensamiento pero que en su devenir desvelan un mundo de primigenia trascendencia que le atrapa en la errática involución de sus sentidos; un fugaz y desfigurado universo donde las imágenes del mundo lingüístico son violentadas por un sentir innovador que muestra un dinamismo propio, un dinamismo embriagador y penetrante que nos conduce a la ingenuidad originaria del hombre que reposa letargada en los recónditos parajes de su espacio onírico.
La imagen poética es acto y no objeto y, por ello, siempre novedad, siempre renovación y tensión (?¿?¿?¿?) en el poeta que se manifiesta con una desbordante actividad lingüística que le arrastra a los confines de sus sentidos. La novedad de la imagen poética es la actualidad misma del lenguaje; su irreductible fascinación y misterio hacen que la palabra reencuentre aquellos sonidos que anteriormente habían hablado al hombre, aquella entonación ancestral con la que transmitían enigmas y fenómenos que ahora reposan letargados en los laberintos indescifrables de su memoria colectiva. La imagen poética dota al hombre de nuevos modos de indagación para el desvelamiento de esos otros territorios que aguardan impacientes en un proceder radicalmente intuitivo y esencialmente alejado de los modos de aceptación de la realidad. Pero ese nuevo orden en el que nos sumerge la imagen poética es un territorio que todavía no ha sido calificado por las estrategias que sobre el mundo impone el lenguaje. Así el poema es una región intermedia donde todo está permitido, donde se mezcla ensoñación y realidad para iniciar un viaje hacia la profundidad inestable de los sentidos; donde la perseverancia de los recuerdos se encuentra atrapada en el interior de uno mismo, en la tortuosa sinrazón de un mundo que muestra su indiferencia a la diversidad enigmática de las imágenes que nos ofrecen los poetas. La imagen del poeta transgrede la realidad expresada por el lenguaje de la vigilia y nos sumerge en un mundo lleno de referencias y caracterizaciones diferenciadas de las empleadas en nuestros usos convencionales. La imagen poética tiene que ser contemplada en la fulguración de su acontecer, en el instante mismo de su generación, “en el minuto de la imagen”, en ese instante de espontánea simplicidad y armonía que posibilita la apertura de los sentidos a un mundo de permanencia insospechado. En la imagen poética el tiempo rompe su linealidad y posibilita la visión de un universo rebosante de nuevas caracterizaciones, un universo de extrema ingenuidad donde la palabra poética registra el acontecer de un mundo que nos capta por entero y desoye los enunciados oportunistas del lenguaje cotidiano. La imagen poética no es un producto de convención, ni tan siquiera trae a nuestro pensamiento los mismos objetos de representación que las palabras utilizadas designan; su vivacidad nos sumerge en un territorio donde los objetos y los fenómenos del mundo se manifiestan en un estado de libertad originaria que nos atrapa por entero.
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