John había dedicado su vida entera a estudiar los curiosos garabatos que completaban el diario que había heredado de su abuelo.
A la edad de quince años, había reconocido el patrón de “escritura” y el orden en el cual los había colocado.
El día de su cumpleaños número 16, encontrábase él con el diario cuando su mente se nubló completamente, su cuerpo entero comenzó a temblar y decidió posponer la lectura por ese día.
La mañana siguiente ocurrió lo mismo. En los días que sucedieron a esa fatídica tarde, John encontró excusas dedicándose a cualquier cosa no relativa a los pedazos de lienzo de quién sabe cuántos años de edad, ya que le parecía odiosa la sola idea de que se encontraran en su ático, y los quemó.
La vida de John siguió tranquila, como la de todas las personas que vivían en su aldea. Hasta que a la edad de 21 años, su padre, William, falleció trágicamente en su lecho, luego de entregarle, nada más y nada menos, una copia exacta del diario, con su olorosa tapa de cuero y sus polvorientas hojas amarillas. Las que había quemado seis años atrás. Comprendió entonces John, que se trataba de una fuerza mayor, su destino era descifrarlo.
Esa misma noche, emprendió un viaje cuyo final tildo de indefinido. Vagó por todos los alrededores y vio cosas que ningún hombre había visto jamás.
Una noche de tormenta decidió refugiarse en el seno de
John inclinó la cabeza en señal de agradecimiento hacia el Ala de fuego y engulló uno de los bollos, guardando el resto en su bolsillo. Luego de una siesta inducida por la satisfacción de su estómago lleno y el calor proporcionado por la majestuosa ave, se incorporó lentamente, y acaricio una a una las plumas de el pájaro color rubí, esta lo observó con ojos pacientes, pero con una expresión que él ya conocía. El trabajo no estaba terminado, el diario debía ser traducido.
Trabajó arduamente toda la noche, sin poder entender una palabra.
A la mañana siguiente, totalmente recuperado salió a respirar el aire fresco de la montaña. El ave, quien había resultado ser un fénix, se posó cerca de su hombro, y con otra mirada, lo invitó a seguirlo.
Luego de largos días de callada, pero entretenida travesía, llegaron a una bella casa victoriana, por cuya puerta salió a recibirlos una bella joven con dulce mirada. Sostuvo al ave por un segundo como si fuera un niño y la miro en señal de aprobación mientras decía:
“Veo que me has traído a un amigo, querido Clervus” – dejo ir al animal, que se posó al segundo en un lecho de paja. Lo observaron por un momento hasta que éste se durmió, y la muchacha invitó a John a la hora del té. Era la primera vez en meses que comía algo que difiriera de los deliciosos bollos de pan que el fénix hacía aparecer de la nada.
John y Agatha descubrieron que tenían mucho en común, y ella, al ver que no tenía él a donde ir, lo hospedó en su casa. Un mes después de haberse conocido, contrajeron un feliz y secreto matrimonio del cual solo ellos y el Padre fueron partícipes. Momentos después de haber consumado la unión Agatha miró fijamente a John en los ojos y susurró sigilosa:
“Pensar que pasé tanto tiempo esperándote, y tú seguías sumido en esos malditos papeles”
Al oír esto John se incorporó feroz y corrió a encerrarse en el ático, donde había dejado el diario, pero este no se encontraba allí. Bajó apresurado las escaleras. Él nunca le había mencionado a su mujer nunca jamás, nada que revelase la existencia de su diario.
En la chimenea del piso de abajo, el fuego ardía feroz y Agatha, sentada a su lado sostenía un puñal.
John se dejó caer en el suelo a esperar su muerte, mientras dejaba arder en el fuego su última salvación, el diario en el cual su abuelo le advertía sobre la maldición que recaía sobre él, una historia sobre un fantástico animal que lo conduciría al final del camino, donde una dulce joven en su bella casa lo esperaría para enamorarlo, y finalmente, acabarlo con un puñal.
1 comentario:
¿Autor?
Tiene algo de Frankenstein ¿no?
Una búsqueda, un atormentado estudioso (John, Victor,...)
PAula
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