El bulto congelado en el banco verde del parque era la primera señal que le indicaba que ya estaba llegando a casa.
Eran los ’60, los bailes se alargaban y las faldas se acortaban proporcionalmente.
Trece pasos después de pasar el bulto, lo escuchaba.
Era martes, los martes Beth cocinaba estofado. Excepto para el abuelo de ella, Aureliano, que tenía ochenta años y un estómago del cual William se hacía cargo. Era como si Beth no viera a su abuelo aún sentado allí, en la mecedora.
Antes, el grito que el bulto emitía era titubeante, temeroso a mostrar su identidad. Pasando los meses se volvió prolongado, fuerte, con la aterciopelada voz de una mujer. Antes le producía escalofríos, le hacía recordar. Ahora era solo un “Estoy aquí”.
Ya había pasado mucho tiempo desde el crimen en el parque del banco verde. El dolor estaba desvaneciéndose. Aunque a veces regresaba, vengativo, a torturar su corazón. La sombra de la muerte habíase disipado ya tiempo atrás, junto con los recuerdos de los días pasados.
William llegó a su residencia y vio a su bella esposa sentada en la sala, lo miraba con expresión dulce, pero sus ojos, vacíos, no reflejaban la tranquilidad de sus labios.
William suspiró, como todas las noches, y volvió a preguntarse sin esperanza de respuesta alguna, cómo su esposa llegaba tan rápido del banco verde del parque a la sala de la casa sin que él lo notara.
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Hace 15 años
2 comentarios:
Muy bueno. Se le podría adjuntar alguna imagen...PAula
También recordá lo que te dije hoy, reponer algún sujeto...rever el punto de vista...Paula Luna
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